Comentario
En España, el pintoresquista e imaginativo paisaje de corte romántico fue sustituido por la reproducción de la naturaleza directamente desde sus propios escenarios, fórmula que experimentaron con anterioridad los pintores de Barbizon.
Este abandono del estudio-taller, inconcebible para los pintores españoles de la época, tuvo como primer protagonista al artista de origen belga Carlos de Haes (1826-1898), que lo institucionalizó a partir de 1856, coincidiendo con su nombramiento como catedrático de paisaje en la Escuela de San Fernando.
Natural de Bruselas, su familia se traslada a Málaga en 1835, iniciándose el joven Haes en la pintura de la mano del retratista y miniaturista Luis de la Cruz y Ríos. Su formación artística la continúa en Bélgica, donde se instala en 1850, bajo la dirección de J. Quineaux, quien le inculcó la práctica del paisaje natural. Cinco años más tarde, en 1855, regresa a Málaga, tomando la nacionalidad española.
En 1857, obtenida la cátedra antedicha, sus innovadores métodos provocaron estupor en los medios artísticos. Al decir de su discípulo Aureliano de Beruete: "Los trabajos que fue realizando durante aquellos ejercicios producían tal sorpresa entre los opositores; los procedimientos de los que se servía eran tan diferentes de los conocidos; tan otra la brillantez de los colores que usaba, que en cierta ocasión hubieron de descerrajar la caja de su uso con el fin de sorprender algo que buscaban como causa secreta de lo que no era otra cosa que el fruto de una enseñanza sabia, basada en el estudio del natural, puesta al servicio de una inteligencia clara y despreocupada, todo ello en contraposición a los métodos inspirados en los amaneramientos de escuela y en convencionalismos tan al uso entonces en España".
Haes gozó a través de su cátedra de un lugar privilegiado para imponer la moda de un nuevo paisaje pictórico hasta entonces desconocido en España. Y así, durante años sucesivos, la gran mayoría de los paisajistas recibieron su docencia y aprendieron a descubrir multitud de rincones naturales hasta entonces desconocidos o sólo barruntados. Fue el caso, entre otros muchos, de Beruete, Regoyos, Sáinz, Riancho, Morera, Avendaño, Gimeno y Lhardy.
Caso aparte y excepcional de paisajista realista, ajeno a las enseñanzas de Haes, fue Martín Rico y Ortega (1833-1908), formado bajo la influencia de Genaro Pérez Villaamil, de quien dejó descritos sus extraños métodos pedagógicos en "Recuerdos de mi vida". Con Vicente Cuadrado se introdujo en el paisaje, inspirándose directamente en la naturaleza. Viajó a París, Suiza e Inglaterra, descubriendo en este último país a Turner.
En Francia se dejó seducir por la Escuela de Barbizon y por los consejos de Daubigny. Sin embargo, fue su amistad con Fortuny la que marcó su estilo definitivo, hasta el punto de que sus paisajes se caracterizarán a partir de entonces por su brillantez, nitidez y precisión, así como por la exactitud de las arquitecturas y la delicadeza de las figuras. De toda su producción paisajística, la más preciada resulta la relativa a Venecia, cuyo éxito comercial suscitó el interés de los marchantes de la época.
De la misma generación que Haes, anticipador del realismo y también protagonista de una fructífera labor como docente artístico en Barcelona, es Ramón Martí-Alsina (1826-1894). Nacido en la capital catalana, alternó los estudios de Filosofía con la asistencia a clases nocturnas de La Lonja.
Extraordinariamente fecundo, trató casi todos los géneros, desde escenas de la vida cotidiana hasta el desnudo femenino, pasando por el bodegón y los temas de historia, si bien siempre sentiría especial inclinación por el paisaje.
En 1848 viaja a París y, aunque no hay constancia de que conociera a Courbet, sí es evidente su contagio por las tendencias realistas, tanto por la elección de los temas como por la búsqueda del natural. Unos principios que inculca a todos sus alumnos desde que, en 1852 y hasta 1870, fecha en que fue cesado por su republicanismo, dicta sus clases en La Lonja.
De su gran desigual producción, consecuencia de los muchos talleres que mantenía en Barcelona bajo su dirección, lo más notorio son los paisajes, plenos de dinamismo y de valores atmosféricos, tanto los de escenario urbano como los llevados a cabo en las costas catalanas. F. Torrescasana (1845-1918), J. Masriera (1841-1912) y M. Urgell (1839-1919) son sus continuadores más destacados.
Un caso aparte lo constituirá Joaquín Vayreda (1843-1894). De familia originaria de Olot, tras pasar por el taller de Martí-Alsina y de La Lonja, regresó a su ciudad natal para fundar un centro artístico que, con el tiempo, llegaría a alcanzar gran notoriedad, al margen de cualquier influencia barcelonesa. Fue una institución pictórica que, bajo la dirección de J. Berga i Boix y con el espíritu renovador de Vayreda, tuvo gran relieve y por la que pasaron pintores de reconocida valía.
Vayreda visitó París en 1871, quedando vivamente influido por la Escuela de Barbizon. De su vinculación con Francia da muestra el que enviara obras de su firma a varios Salones y Exposiciones Universales allí celebradas. Sus paisajes son una transposición de los de Corot, Rousseau y Daubigny a escenarios gerundenses. Se trata de composiciones jugosas, con celajes transparentes y diáfanos y de perspectivas serenas, pobladas en ocasiones de figuras meramente referenciales pero proporcionadoras de un fuerte componente lírico y bucólico.